Marcus empaló a la prostituta, ésta estaba acostumbrada a tener entre sus nalgas a más hombres de los que llegaba a desear, su cara sabía fingir de placer, el cliente de esta noche no era un cualquiera... no podía quedar mal...

Saciada su lujuria, Marcus se levantó del catre dando un poderoso salto y, tras arrojar un puñado de monedas al suelo, salio de la diminuta cubícula... echó un vistazo a la parte superior de la entrada de la habitación, se deleito observando los frescos allí pintados en los que se representaba un cunilingus, luego soltó una honda carcajada y salió del lupanar.

Sus pasos resonaban en la oscura noche de la Subura, esta noche el senador no ha traído a su escolta, vestido como un plebeyo prefiere pasar desapercibido, le da morbo mezclarse con la plebe sin ser descubierto...

Durante el día su voz resuena en la Curia, pero durante la noche da rienda suelta a sus más bajos instintos... le gusta el vino, la fiesta desenfrenada, abusar de las prostitutas, le encanta reírse de ellas y humillarlas, es un encubierto pederasta...

Gracias a su dinero y a su poder tiene acceso a todo lo que puede desear, aún no ha descubierto nada que el dinero no pudiera comprar, todo estaba al alcance de su acaudalada bolsa...

Pero esta noche los demonios oscuros que lo protegían se han apartado de su lado, los dioses están enfadados y a Marcus ya se lo han demostrado: hace no muchos días un rayo cayó sobre la litera del senador cuando se trasladaba por su villa de la Toscana, algo que se considera en esta época un castigo divino, y maldito a áquel que lo ha recibido...

Aunque Marcus no creía en los dioses, se burlaba de ellos en secreto, lo que no impedía que acudiera a todos los actos religiosos, al igual que la prostituta de la Subura sabia fingir muy bien...

Por la mañana había acudido a uno de estos actos y se fijo en una esclava que pertenecía al legado Rufus, era bella como la Luna, como Juno... como Venus, en su cara solo había inocencia, apenas era todavía una niña, una cría que empezaba a ser mujer... un blanco perfecto para el retorcido Marcus...

Una vez concluida la ceremonia subió a su litera, desde allí llamo al jefe de sus esclavos, Alortigis, un íbero que, junto a su familia, había sido hecho esclavo en Hispania, su castro se negó a aceptar las exigencias de los romanos, la mayoría del poblado fue pasado a cuchillo y el resto vendidos como ganado en los diferentes puertos esclavistas del Imperio...

Alortigis había sabido ganarse la confianza de su cruel amo, para él y para su familia era la única forma de conservar la vida, a cambio realizaba para su señor los más terribles mandados... pero esta vez no seria igual...

La esclava en la que se había fijado Marcus también era una íbera como él, ¡maldita casualidad!... pensó Alortigis, todo habría sido más fácil si no hubiese sabido el origen de aquella chica...

Pero él tenia aún unos valores que defender, poco a poco se habían ido apagando en su interior, aunque todavía le quedaban unos últimos rescoldos de honor, era lo único que le mantenía unido a sus raíces, a aquellas enseñanzas que le traspaso su padre, el gran jefe turdetano, heredero de la legendaria Tartesos...

Por su sangre corría sangre de héroes, pero la necesidad inquebrantable de vivir la había ido envenenando, cada acto atroz que cometía para Marcus lo alejaba más de aquellos ideales...

Marcus desde la litera le dijo al oído...”tráeme a esa chica a la domus esta noche o tu mujer pagará con su vida”...

Alortigis casi no podía controlar la descomposición de su cara, no quería que su amo notara el terror que sentía, durante mucho tiempo se había entrenado para ser frío como la nieve, se limitaba a cumplir sus cometidos sin hacer preguntas, solo servía y vivía...

Pero esta vez no tenia mucho tiempo, la noche se acercaba, tenia que pensar, aquella no era una mujer íbera cualquiera, ni siquiera era de una tribu rival, él la conocía bien, la había visto hacia unos años en su tierra, en un pacto celebrado entre tribus, aquella mujer como él, también llevaba en sus venas la sangre de la realeza íbera, la había visto muy pequeña pero aun la podía reconocer, tenia toda la cara de su madre, la reina de los Turdulos, la mujer de la que un día Alortigis estuvo enamorado...

Aquella era la hija del hombre que le había arrebatado a su amor, los pactos tribales eran los que determinaban los matrimonios y Kara no pudo elegir, su padre se encargo de todo, ganar la guerra era mas importante que atender los deseos de su hija...

Pero Alortigis sabia que ella le llego a amar y aquel pensamiento no dejaba de darle vueltas por la cabeza, aquel amor ya pertenecía al pasado, él tenía a su mujer, a la que amaba y por la que hacia todas aquellas atrocidades para Marcus, su obsesión era salvaguardar la vida de su familia... pero aquella chica...

No paraba de pensar en lo que haría el senador con ella, él siempre estaba presente en los macabros juegos de Marcus, tenia que atender sus ordenes, junto con otros esclavos inferiores...

Lo había visto desollar con sus manos innumerables cuerpos humanos, violar a vírgenes elegidas cuidadosamente, mil y una barbaridad que habrían aterrorizado a los más oscuros demonios de Hades...

Hacia, a la luz de la Luna y en determinadas fechas, ritos en los que adoraba a las energías negativas de la Tierra y del Cielo, creía ciegamente que debía su poder a aquellos oníricos rituales...

Tomaba drogas que le hacían entrar en éxtasis y que le aumentaban su voracidad de mal, aquel mal nacido no merecía ni siquiera vivir... y ,sin embargo, era idolatrado por las masas que desconocían su cara oculta, los cautivaba con su oratoria... les daba lo que más querían: pan y circo, comida y sangre a raudales, Marcus adoraba ver morir a los gladiadores y a las bestias en la arena...

La noche se acercaba, tenia que reaccionar, tenia que desempolvar su alma de guerrero noble...

Corrió hacia la domus y excavo bajo un árbol del huerto, allí encontró una vieja falcata que había comprado a hurtadillas en el mercado, la escondió bajo tierra aprovechando las ventajas que le daba ser el jefe de los esclavos, si se la hubiesen encontrado habría muerto en el instante... de vez en cuando la desenterraba y la limpiaba, tenerla en sus manos le recordaba su pasado, en la hoja afilada veía a los romanos destrozando su poblado, matando a su padre y violando a su madre, las lágrimas caían en el mandoble y se deslizaban hasta el suelo...

Alortigis se la guardo bajo la túnica y salio de la casa de su amo en dirección a la Urbs, ya casi había anochecido...

Espero pacientemente a que su amo saliera del lupanar, se cubrió la cara y lo siguió en silencio, la oscuridad era su aliado...

Se cercioro de que nadie había en derredor, se acerco sigiloso a su dominus y lo llamo por su nombre casi susurrando, cuando aquel desgraciado se giro, Alortigis hundió con furia la falcata en su pecho, a través de la hendidura longitudinal de la hoja el aire entro en el cuerpo del senador, su suerte ya estaba echada...

El cuerpo cayó inerte al suelo, aquel malvado suplicaba clemencia a su esclavo, pero Alortigis no iba a tener piedad, tras coger la bolsa llena de denarios de su amo, le remato de un derechazo... la sangre del senador cubría la calle, el íbero escucho pasos y salio de allí como alma que lleva el diablo...

Casi había amanecido cuando llego a la casa de Marcus, entro por la puerta de los esclavos, éstos dormían en sus lechos esperando que, como cada mañana Alortigis les despertara con un sonoro aullido, aquello también era una ventaja, ya que la túnica del esclavo íbero se hallaba manchada con la sangre de su cruel amo...

Ando raudo y en poco tiempo se había lavado y cambiado de vestiduras, las que llevaba puestas cuando cometió el asesinato las quemo sin dejar rastro...”quien se va a fijar en como viste un esclavo”... pensó...

Luego empezó el día con normalidad, hacia la hora nona unos policías llamaron a la puerta de la domus, pudo oír como la domina lloraba desconsolada, “su marido ha sido asesinado por un vulgar ladrón en la Subura”... dijo uno de los policías...

“Ya lo hemos encontrado y crucificado hasta morir”... aquellas palabras fueron justo las que el ibero quería escuchar, luego en su habitación rezo por el pobre desdichado que había muerto en su lugar, y tras pedir perdón a los dioses por su acto, esbozo una tímida sonrisa, de nuevo podía sentir en su pecho la bella sensación del honor, de la justicia, de nuevo volvía ha sentirse íbero...

El cordobés enmascarado.

3 comentarios enriquecedores...:

Muy interesante, he querido hacer comparaciones actuales, pero es mejor quedarte sólo con el relato corto pero intenso y posiblemente real.

Me ha gustado mucho. Enhorabuena.

27 de marzo de 2010, 23:19  

Me ha encantado este minirrelato amigo, lo he leído con mucho interés. Un saludo cordobés enmascarado.

28 de marzo de 2010, 12:20  

felicidades por tan bonito blog, y estupendo el relato
Saludos desde Cordoba, cordobes enmascarado

17 de mayo de 2010, 14:41  

Ciudadanos del mundo que visitan este blog...

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